miércoles, 29 de abril de 2009

Crónicas de la chica Transoceánica. Cap.1- Fuego.


No era tarde; para nada. De hecho era muy normal que a esas alturas del año y estando en el Norte de Canadá, la noche ya hubiera caído. Hacía frío y me había embutido en mil capas de algodón, lana y demás telas. Llevaba mis zapatos de india, con los flecos largos colgando alrededor de mis tobillos. Me gustaban; eran cómodos y estilizaban mis largos y finos pies, pero lo que sobretodo me gustaba de ellos era poder saltar y hacer rebotar esos mismos flecos arriba y abajo, jugando con la fuerza de la gravedad. A veces hasta hacía girar intensamente mi cuerpo para que esos hicieran un twist y cambiaran de sentido bruscamente, tan sólo para sentir el pequeño latigazo y su graciosa onomatopeya. Flop! Flop flop!
Habíamos hecho una hoguera en medio de la zona de acampada. El fuego se veía grandioso en medio de aquel círculo de piedras. Dispusimos unos troncos gruesos alrededor de este para poder sentarnos a disfrutar del cálido aire que emanaba de la pira y sacamos el vino. Es inevitable, cuando eres francés el vino sale de cualquier parte... ¡Brota hasta de las orejas! Y ahí estábamos, con un Chardonnay que nos había costado el doble de lo que nos pedirían en cualquier tienda del Mediterráneo. Una velada encantadora con una compañía que dejaba bastante que desear. Pero todo se fundió, como si el cielo hubiera caído cual un tupido telón y hubiera dejado a salvo a las ondeantes llamas y a mí, como envolviéndonos en una extraña esfera inmutable e imperturbable. Me quedé perpleja, con los ojos abiertos como platos, con la mirada fija en la danza anaranjada, y por fin lo sentí. Sentí como el calor me invadía. Sentí tu voz. La sentí dentro de mí.