miércoles, 3 de septiembre de 2014

Aterrizar. Una nueva vida.

Os escribo a todos desde la jungla de cemento, en plena ola de calor, en una noche clara pero sin estrellas, oyendo los pocos taxis bajar por el Frederick Douglass Boulevard hacia el centro. Debería haber dicho algo antes, pero reconozco que no me ha sido particularmente fácil sentarme a escribir desde que llegué a este nuevo mundo. Quizás tampoco quería tener que ponerme a desmenuzar cada sensación que me ha atravesado desde que pisé tierra, por miedo, quién sabe, pero como siempre ocurre, la procrastinación no lleva a ninguna, y ahora las palabras se me acumulan como una bola de nieve.

La despedida fue larga y a la vez demasiado corta. Este viaje, tan esperado y tan temido, no sólo por mí sino también por los que me rodean, se planeó con suma tranquilidad, con temple, pero aún así pareció precipitarse al acercarse la fecha. Como todo lo anhelado, supongo. Y como todo lo demasiado anhelado, llegó como una pequeña explosión. Todo en una nebulosa: palabras truncadas, abrazos, te quiero, besos, lágrimas, estamos orgullosos, y el silencio tras la zona de seguridad. El silencio extremo, el vértigo y la desorientación. De un momento para otro mis palabras y mis decisiones habían tomado forma, y me estaban enseñando el dedo. And off you go. 

Y trás la tormenta, la calma.

Una escala en Oslo más tarde, me sentaba en el asiento 23D de un Boeing de la Norwegian, dónde durante varias horas pude sentir la tensión acumularse en mis músculos. Aguanté todo el viaje casi sin pensar en el pasado reciente, pero el control de mi futuro próximo se me escapaba de las manos, y empecé a preocuparme por cualquier nimiedad que se me pasara por la mente. Al llegar a mi casa de acogida sentí un fuerte alivio en la garganta, en el pecho y en los brazos. Mi salvadora me dio una copa de vino y me fundí sobre su sofá, dos cálidas lágrimas en las mejillas. Lágrimas de tristeza, de miedo, de nostalgia, de gratitud, de plenitud. WELCOME. 

No hay comentarios: