viernes, 6 de noviembre de 2009

Tengo ganas de reírme.

Cuándo un vuelo tiene un retraso... ¿es porque no le ha bajado el tren de aterrizaje?


Parece muy estúpido, pero hoy tenía ganas de reírme. 
:)

martes, 3 de noviembre de 2009

En una oscura dimensión...














En la oscura dimensión de una habitación cerrada
dos cuerpos yacen despiertos.
Palabras de sus bocas escapan sin cesar
mientras los entes se acercan con disimulo.
Hombro con hombro, el techo en la mirada;
las manos no se tocan, ni se rozan tan siquiera.
Pero en la suave cadencia de la conversación, 
en el hombro mutuo un apoyo encuentran, 
y la mirada entre mares de tinieblas se confunde con su aliada.

Frente contra frente, se enredan las pestañas,
y las narices en fricciones esquimales.
Y los labios, no tan tímidos como corteses
en seca turgencia se pegan al otro.
¡Y la mano! Atrevida en la cara se posó.
Y en el muslo. Y en el pecho. Y en el vientre y en todos lados,
jugando con el ardor del deseo humano.

Y en el oído sus palabras resonaron,
como un eco susurrado,
una voz que le decía "Tengo que volver a veros...".

Y en la nocturna confusión de un juego de enamorados,
dónde sus dedos apartaban sus cabellos de la cara,
no supieron quién era quién,
ni cuan cerca está la nada.
Pues en el silencio de la dimensión de una habitación cerrada,
dos amantes se durmieron envueltos en sus almas.


N. Thomas - 3/XI/2009

sábado, 24 de octubre de 2009

Why do you love me?

A veces no hace falta decir nada más, porque alguien ya ha encontrado las palabras por ti.
Y también es cierto que a veces me obsesiono un poco con una canción (la Neurona de los Núcleos del Rafe me entenderá; deberíamos segregar más serotonina juntas, hija).


I´M NO BARBIE DOLL
I´M NOT YOUR BABY GIRL
I´VE DONE UGLY THINGS AND I HAVE MADE MISTAKES
AND I AM NOT AS PRETTY AS THOSE GIRLS IN MAGAZINES
I AM ROTTEN TO MY CORE IF THEY´RE TO BE BELIEVED
SO WHAT IF I´M NO BABY BIRD HANGING UPON YOUR EVERY WORD?
NOTHING EVER SMELLS OF ROSES THAT RISES OUT OF MUD 

WHY DO YOU LOVE ME, IT´S DRIVING ME CRAZY

YOU´RE NOT SOME BABY BOY
WHY YOU ACTING SO SURPRISED
YOU´RE SICK OF ALL THE RULES
WELL I´M SICK OF ALL YOUR LIES
NOW I´VE HELD BACK A WEALTH OF SHIT, I THINK I´M GONNA CHOKE
I´M STANDING IN THE SHADOWS WITH THE WORDS STUCK IN MY THROAT
DOES IT REALLY COME AS A SURPRISE WHEN I TELL YOU I DON´T FEEL GOOD?
NOTHING EVER CAME FROM NOTHING MAN
OH MAN, AIN´T THAT THE TRUTH

WHY DO YOU LOVE ME
WHY DO YOU LOVE ME
WHY DO YOU LOVE ME, IT´S DRIVING ME CRAZY

I GET BACK UP AND I DO IT, I DO IT AGAIN

AND YOU´VE STILL GOT THE MOST BEAUTIFUL FACE
IT JUST MAKES ME SAD MOST OF THE TIME

I GET BACK UP AND I DO IT AGAIN

WHY DO YOU LOVE ME?





Garbage – Why Do You Love Me: spotify:track:4B8y2nl8aF0czC30er56xx

martes, 13 de octubre de 2009

He olvidado tu cara

He olvidado tu cara; y tus rasgos, por cada minuto que pasa se desdibujan un poco más, se desintegran en miles y miles de agujeros negros de mi memoria, que a su vez se transforman en gotas; gotas de whiskey escocés de 14 años, lágrimas que hacen plob! plob! al caer en el parqué. 

He olvidado tu cara, y tu nariz ya sólo es la sombra del tobogán por el que me deslicé, y tus labios la huella del cojín en el que mi boca se acostó.

He olvidado tu cara, y tu bigote se confunde en mi mente con selvas del amazonas y bosques de bambú; cuentos chinos.

He olvidado tu cara, y también la esperanza de que ésas facciones antaño tan familiares se vuelvan a dibujar; aunque las ganas sepan coger un lápiz y un pincel. 

He olvidado tu cara, pero sigo recordándote (como bien puedes ver).

sábado, 19 de septiembre de 2009

El hombre tupperware.

Hoy, para todos uds.: Apología del hombre tupper.

Hoy, señoras y señores, quiero hablarles de una cierta postura adoptada por los hombres de mi corta pero intensamente vivida vida (valga la redundancia), que me es de particular desagrado. Hoy quiero hablarles de esta clausura de pensamientos, orientados hacia sus mismos ombligos, y a mi consiguiente exclusión, ya sea momentánea o permanentemente, de sus vidas y/o mentes. 
Hablemos pues de este apasionante fenómeno. Ante todo, decir que a una servidora se le ha criado con unas ideas claras y concisas sobre el procedimiento a seguir en tal o tal situación (ideas que a su vez se fueron desarrollando en mi ser, dándome el derecho a apropiarme de las mismas y a ponerles mi firma). La suma importancia del hecho de ser directos en esta vida, de quitar las tiritas de un tirón y de no andarse por las ramas; hablamos de esas ideas. De compartir y hacer partícipes de lo que nos ocurre a los que nos rodean y nos aman; de esos ideales, hablo. Sin duda eso lo aprendí de mi madre, y de mi padre debí de llevarme la supuesta demagogia que poseo (si es que realmente la calzo). De él también me tuve que llevar algún complejo de Elektra sin resolver, pues éste es el hombre hermético que encabeza la lista de mi vida.
Pues bien, creo que ya es hora que os hable con propiedad, hombres herméticos y de mentes inescrutables pasados en mi vida, presentes y por venir: Entended, por favor, mi situación de extrema preocupación al preguntaros qué os pasa; comprended mi anhelo por atravesar vuestras barreras mentales y por mis ansias por prestaros mi ayuda y consuelo; aceptad mis consejos, dejadme entrar en vuestras cuatro paredes para que pueda brindaros un poco de amor y calor humano, y por favor, os lo suplico una vez más, abriros al mundo que os proporciono de buen grado y acabad con mi sufrimiento, angustia e impaciencia que siento se me acumulan en las venas al veros tan inquietos y desasosegados. Porque señores, no me quiero entretener en el camino con vuestros casos de hermeticidad, pues visto el historial que llevo dudo que esto acabe pronto, y aún no estoy dispuesta a probar el masoquismo como doctrina y dogma. 
Y que para abrirme los tuppers de casa, ya tengo a mi compañero de piso, Till el Suizo.


Hasta muy pronto,
la Chica Transoceánica



Y cómo diría mi papá: "..."

sábado, 22 de agosto de 2009

A-tomar-por-culo-hombre-ya-!

"Hoy me la pela el mundo en general; y mas en concreto que al mundo le falte empatia.
No sé como prentendéis que una escriba cosas bonitas cuando lo unico que quiere es reventarle la cabeza al mundo con un martillo Bösch de ultima generacion comprado en el Intermarché. Y si hoy os parezco un poco demasiado Debbie Morgan para vuestro gusto, pues a joder a otra parte, que no estoy de humor para ideas estupidas ni para memeces varias. Una buena lobotomia le hace falta al mundo!"





[Se ruega perdonen las faltas de ortografia y sobretodo la falta de acentos, pues el teclado francés es un verdadero y jodido handicap.]

martes, 18 de agosto de 2009

Mi Dolly.

Hoy, why not, después de tanto tiempo, me siento obligada a escribir sobre este momento Dolly Parton por el que estoy pasando.
No es que me estén robando a mi hombre, ni que mi madre me haya hecho un abrigo de muchos colores; es sólo que a veces una tiene que pasar por fases country, o no sabe lo que es bueno. Mi gran aliado Youtube, y mi otro aliado Spotify me ayudan en tal transición, deleitándome con ese sonido nasal que dispara la peculiar Dolly. Lo mejor es poder verla en vídeo, porque la tasa de entretenimiento es mayor; no podemos comparar el hecho de simplemente escuchar la canción, con el hecho de verla, a ella y a su attrezzo típico de los country musicians de los 70s. Una gozada, sobretodo por los flecos de la falda y la purpurina de la chaqueta. Y por no hablar de las pelucas de medio metro de envergadura (por TODOS los lados). Y las carretillas de farmers, y la paja, y el decorado simulador de campo... Ésa es Dolly.
Y aunque me mate ver sus pechos de Pamela, y su cintura microscópica, es Dolly Parton, y yo de mayor quiero ser como ella.

miércoles, 22 de julio de 2009

Consecuencias de una sesión de brainstorming...

Escena 1 
Int. Cocina Casa de Emily.
Dos chicas están tomando café en la mesa de la cocina. Una lleva gafas y una larga trenza que se le cae por encima del hombro, y viste una camisa de cuadros; es Emily. La otra lleva el pelo corto por debajo de las orejas y viste una camiseta de Led Zeppelin; es Joline. Ambas fuman un cigarrillo de la marca Lucky Strike, de un mismo paquete tirado en la mesa. 
Emily parece tranquila, aunque su mirada es dura, y tiene un tono de voz bastante contundente. Joline es más dulce y habla bajito, parece distraída.

Emily
Mira, no hay nada que me ponga más histérica. No creo que sea justo bajo ningún ángulo. Y mira que lo recuerdo; sí señor, yo recuerdo cuando las cosas iban bien. Había una atención, una dedicación. Era como cuidar de una flor, ¡o de un jardín entero! Era sencillo, dentro de lo que cabe claro... Porque nada es tan sencillo. Pero al menos fluía. ¿Sabes? No habían traspiés, ni errores garrafales, ni momentos demasiado crudos. (pausa) Era perfectamente... arduo...

Joline
Debió de costarte lo tuyo salir de la habitación.

Emily
Reconozco que no hay nada más duro que dejar atrás algo bonito. Pero creo que abandonar aquél lugar no fue tan duro como el paseo de vuelta a casa, desgarrándome las cuerdas vocales en cada esquina y con los globos oculares a punto de explotar. Qué jodido sentimiento el de la tristeza.

Joline
Sin embargo te veo bastante bien. ¿Lo has superado, así de sencillo?

Emily
No me seas ingenua; esas cosas no se superan, se entierran en el jardín de atrás, y ya está. Pero algo te diré : Estoy rota. Algo se ha quebrado en mi interior y no va a volver a soldarse jamás. Y no lo digo por lo dramático del momento, lo digo porque es así. Es la puta verdad y no hay más.


miércoles, 3 de junio de 2009

Paris, tu paries, Paris, que je te quitte... ou pas.

Siempre fiel a mis bucólicos orígenes, he vuelto a la ciudad de mis navidades. Llegar a París y que te acoja un sol veraniego es lo más de lo más. 
París en verano tiene ese toque turístico desagradable, pero esconde mucho más. Cuando te escabulles de la muchedumbre y te pierdes por la callejuelas de detrás de la Place des Vosges, hay muchas posibilidades de que te puedas encontrar con algún parquecillo repleto de rosas anaranjadas, grandes como puños, en el que te puedas estirar y observar los hilos de luz que se filtran a través de las pequeñas hojas de los sauces. 
Mi primer día en París siempre resulta ser una brusca transición. Parece que no me acabe de creer el hecho de estar aquí, como si viniera de otra dimensión. La ciudad se siente de una manera tan distinta a Barcelona. Sus gentes, sus calles, el ambiente... Todo es tan superlativamente francés. Tan... bobo-chic. Y yo, simplemente, me escabullo entre sus paredes, con mis pequeños zapatos negros, sin apenas hacer ruido, observando, absorbiendo la ciudad que me ha adoptado desde mi más tierna infancia.
Las primeras horas, los primeros instantes en los que piso éste, mi pequeño paraíso, todo se vuelve tan literario, tan novelesco, tan Jeunet! El tren, con sus duros asientos. Y yo, sentada junto a la ventana de cristal medio tintado, leyendo mi Unamuno mientras la luz veraniega pasa  y me ilumina la carita cansada. Me siento exhausta, pero con sólo echarle un vistazo al verde paisaje de la periferia algo se despierta en mi interior. Sé que al apoyar mi cabeza contra el cristal mis ojos se tornan verdosos, y suena en mi cabeza una melodía de piano. Amélie vuelve a mí, mientras los rayos desafían mis cabellos apelirrojados a la fuerza, y forman pequeñas cortinas en mi cara, moviéndose al son del tracatrá del tren, que se dirige hacia un hogar, perdido en lo más profundo de mi ser.

martes, 19 de mayo de 2009

Líneas y más líneas.

<<Aún no sé muy bien cómo llegué a la playa. Supongo que quería llegar hasta ahí. Supongo que lo necesitaba; su calma, su vasta cuna, todo aquello. al cruzar el puente y llegar a la arena me paré. Miré a mi alrededor y no vi a nadie, exceptuando a una pareja tumbada a más de 300 m. de mí. me quité las bailarinas con cuidado, y tomándolas con la mano avancé hacia la orilla, hundiendo mis pies en la fina arena. Tras caminar 50 m. me paré; dejé los zapatitos a mi lado, desplegué la chaqueta y la tendí en el suelo arenoso. Me senté encima. El silencio era casi absoluto. Parecía como si la ciudad se hubiese parado. Los coches apenas se oían al pasar y el único ruido persistente era el del vaivén del oleaje. La luna y las farolas del puerto dibujaban un halo luminoso en la superficie del agua, halo que parecía desdibujarse por momentos. Todos terminaban en un punto de fuga situado en la misma orilla donde me encontraba, a mis mismos pies, como si yo quisiera absorber toda aquella luz.

>>Me quedé quieta, en aquel pequeño paraíso silencioso con sabor a sal. Mis ojos, curiosos, captando toda aquella escena, cada gesto del agua, cada destello de luz en su extensión, cada giro del faro de la ciudad. Mi mirada se quedó fija en la luna menguante. Parecía una perla perfectamente cortada en dos, bordada en un manto de terciopelo azulado. A su lado, una estrella, más brillante que ninguna, la adornaba, como una peca en el rabillo del ojo de una mujer hermosa. Al mirar con más insistencia esa imagen se me cortó súbitamente la respiración. Sentí el peso de la añoranza en el pecho, y dejé caer mi cuerpo hacia atrás, apoyándolo suavemente en el suelo. Con los ojos cerrados, alargué mis manos hacia ambos lados y hundí las yemas de los dedos en la arena, moviéndolos de forma lasa, jugando con ella. Abrí los ojos, como dos platos y los clavé en el cielo. Una estrella se situaba justo encima de mi cabeza. Esta brillaba con tal fuerza que me dio la impresión de que se me hundía en la frente, entre ceja y ceja, como una bala. Recordé la última vez que nos habíamos visto. La cama, deshecha, el vaso de agua medio vacío, la ropa en un rincón de mi morada, el edredón envolviéndonos en mil pliegues. Recordé la luz, tenue, y el silencio sordo. Sólo se oían tus latidos, pero debí de recordarlo así por tener mi cabeza junto a tu pecho. Recordé tus manos en mi espalda, abiertas de par en par, protegiéndome, y tu mirada atada a la mía. Y las respiraciones, pesadas y cálidas, perdiéndose en jadeos acompasados. 

Unos ruidos me sacaron de mi ensueño. Giré la cabeza hacia atrás, apoyando mi peso en mi coronilla para averiguar de dónde provenía. Avisté a la pareja caminando detrás de mí, haciendo crujir el granulado suelo. Cuando hubieron pasado me quedé observando el paseo marítimo. Las farolas, del revés, y con su luminiscencia anaranjada formaban una corona incandescente encima de mi cabeza. 
 
A los primerísimos rayos de sol, noté el frescor de la madrugada. Agarré mi bolsa y saqué mi fular de él para ponérmelo por encima de los hombros, a modo de chal. Era ya tarde y enroscada alrededor de mis piernas tuve el último pensamiento de la noche. Quizás vaya siendo hora de irme para casa.>>

sábado, 2 de mayo de 2009

Crónicas de la chica Transoceánica. Cap.2- Fuego y un pasado.














Los vapores del alcohol empezaron a surgir efecto. Me sentí como flotando alrededor del fuego, ensimismada con sus movimientos espasmódicos. Te recordé con extremada claridad, a pesar de los años que habían pasado seguías siendo un recuerdo muy vivo. Recordé mi casa, mi madre. Aún no lo echaba de menos, aún era demasiado pronto para sentir la añoranza del hogar, pero me apetecía tenerlo todo en mente.
Aún estaba fresca en mí la sensación de dualidad entre tristeza y magnificencia que sentí en el aeropuerto. Mi amiga con los ojos empañados en lágrimas, mi madre con la mirada limpia, llena de satisfacción y orgullo, y mi cara, combatiendo por no mostrar el apuro que sentía por marcharme de ahí. No es que no me diera pena irme, sino que simplemente la tristeza no afloró en el exterior. Cuando ya me hube despedido de todos y ya estaba en el avión, cayó la tan esperada lagrimita. La sequé con el reverso de mi manga y me quedé mirando por la ventanilla redonda. 
Las imágenes del fuego y de la pista de aterrizaje se solaparon, y volví a la realidad. Volví al contraste térmico, a los ruidos del bosque canadiense, a los vapores del vino blanco, a la perversa compañía del señor francés, a tu intensa presencia en mis huesos. Me encontré reviviendo mis 8 años, mi pelo rubio y lacio, mis enormes ojos curiosos y tu guitarra en el hombro. Reviviendo aquél mágico verano del 99.  

miércoles, 29 de abril de 2009

Crónicas de la chica Transoceánica. Cap.1- Fuego.


No era tarde; para nada. De hecho era muy normal que a esas alturas del año y estando en el Norte de Canadá, la noche ya hubiera caído. Hacía frío y me había embutido en mil capas de algodón, lana y demás telas. Llevaba mis zapatos de india, con los flecos largos colgando alrededor de mis tobillos. Me gustaban; eran cómodos y estilizaban mis largos y finos pies, pero lo que sobretodo me gustaba de ellos era poder saltar y hacer rebotar esos mismos flecos arriba y abajo, jugando con la fuerza de la gravedad. A veces hasta hacía girar intensamente mi cuerpo para que esos hicieran un twist y cambiaran de sentido bruscamente, tan sólo para sentir el pequeño latigazo y su graciosa onomatopeya. Flop! Flop flop!
Habíamos hecho una hoguera en medio de la zona de acampada. El fuego se veía grandioso en medio de aquel círculo de piedras. Dispusimos unos troncos gruesos alrededor de este para poder sentarnos a disfrutar del cálido aire que emanaba de la pira y sacamos el vino. Es inevitable, cuando eres francés el vino sale de cualquier parte... ¡Brota hasta de las orejas! Y ahí estábamos, con un Chardonnay que nos había costado el doble de lo que nos pedirían en cualquier tienda del Mediterráneo. Una velada encantadora con una compañía que dejaba bastante que desear. Pero todo se fundió, como si el cielo hubiera caído cual un tupido telón y hubiera dejado a salvo a las ondeantes llamas y a mí, como envolviéndonos en una extraña esfera inmutable e imperturbable. Me quedé perpleja, con los ojos abiertos como platos, con la mirada fija en la danza anaranjada, y por fin lo sentí. Sentí como el calor me invadía. Sentí tu voz. La sentí dentro de mí.




martes, 24 de febrero de 2009

Una noche cualquiera.

Ya en casa Lucía había sentido el aplomo del hogar en silencio. La reverberación de las palabras calladas la ensordecía terriblemente, y a menudo sentía la ausencia de personas como un peso en el alma. Ya sólo quedaba media hora para que, para gracia de su integridad mental, volviera a salir ahí fuera, al mundo exterior. Se estaba preparando para una noche de discoteca, algo muy banal, muy normal. No es que fuera una noche especial, no; era una noche cualquiera.
Vestido corto de gasa negra y tacones altos, una apuesta segura para atraer a cualquier hombre que tuviera almenos un ojo y libido suficiente para darle juego unos 5 minutos. Se miró en el espejo insistentemente, intentando que todo su atuendo pareciera lo más "natural" posible. Se había rizado el pelo para darle un poco de vida a su imagen de lolita desconsolada. Cogió la bolsa del maquillaje y empezo a pintar la fachada de su estructura. Ojos en negro para resaltar el verde intenso de sus ojos y labios rojos para dar una impresión de pulposidad mayor a sus finos labios de niña. Toda ella parecía artificial, y no se daría cuenta de ello hasta pasado unos años, momento en el que sentiría vergüenza al mirar hacia atrás en el tiempo. Pero ese momento aun no estaba por llegar y la ilusión le vendó los ojos y le susurró al oído que estaba estupenda.
Tocaron el timbre, y eso sólo podía significar una cosa: el comienzo de otra noche ajetreada. Bajó las escaleras casi volando y salió a la calle. Allí la esperaban cuatro amigas, todas milimétricamente retocadas y listas para triunfar en los submundos de la noche. Emprendieron la marcha a los suburbios por donde siempre acababan saliendo y se metieron en el local habitual. Aun temprano, la sala no se había llenado y la gente se veía calmada, entablando conversación en los rincones. Entraron las 5 chicas pisando fuerte, con los tacones casi hundiéndose en el duro suelo, imponiéndose en toda la sala como lo habían hecho antaño reyes y emperatrices. Una de ellas avistó un par de sofás vacíos y avisó a sus compañeras para esperar allí mientras la fiesta no empezara. Se turnaron en parejas para ir a pedir sus cubatas artificialmente endulzados, y empezaron a sentirse más a gusto en aquel escenario en fase 1. Tocadas las 2 de la madrugada la puerta empezó a vomitar gente a borbotones. Cada persona más dispuesta a entregarse a la fiesta que la anterior, y así, de uno en uno, empezaron a llenar el espacio. El ruido de las "conversaciones" se añadió a la música estridente que salía disparada de los bafles de tamaño XXL, y en la pista sólo se divisaba una gran masa de cuerpos ondeantes moviéndose al ritmo de la música. Disimulada entre aquella masa se encontraba Lucía, de pie entre la multitud danzante, pasmada en el zarandeo nocturno. Sorbía absorta su 43 con Coca Cola como si de un zumo se tratara, perdida entre sus pensamientos sin inmutarse de los decibelios que apedreaban sus tímpanos. Surfeaba en un mundo paralelo a aquél, un mundo donde se permitía pensar en él, en sus manos, en sus ojos, en su forma de hablar, sin sentirse culpable por quererle de aquella forma tan inocente. A su alrededor bailaban sus amigas, embriagadas de alcohol y poder; poder por controlar esa situación, la única que podían controlar de sus vidas de adolescentes. Se sintió desplazada, descontextualizada por un momento. Sintió como si fuera completamente ajena a la situación pero no movió ni un dedo. Salió de su estado de enajenación momentánea al advertir la mirada de un hombre. Lo miró de reojo y luego lo desafió con la mirada. El hombre, que no resultaba desagradable a la vista, se acercó a ella y le entró con aquella fatídica frase con la que ella solía encontrarse en esos casos. "¿No eres demasiado joven para estar en un tugurio como este?" le dijo él. Ella le respondió con una mirada altiva y desdeñosa. A pesar de aquella frase de subcategoría, ella se sintió atraída por ese energúmeno. Le fascinaban los hombres maduros, con sus costumbres de generaciones pasadas y sus normas éticas para con la edad. Este hombre no las tenía, y por algo se há acercado, pensó esta, miró a su alrededor con mucho disimulo y al ver la poca variedad de hombres que presentaba la noche se relajó ante el macho dominante del momento.
En un abrir y cerrar de ojos Lucía se había metido en una situación que le estaba dejando con mal sabor de boca. Mientras besaba a aquel hombre que le estaba deleitando (léase la ironía) con sus contorsiones telescópicas de lengua se sintió trágicamente frívola por tener tan poco criterio. Por desgracia el alcohol, los decibelios ensordecedores y los comentarios de sus amigas criticando al pajarraco que había cazado esa noche no la dejaban concentrarse en aquel pensamiento que en algun momento la hubieran podido salvar del error que estaba cometiendo.
Acabó la noche y el hombre quiso acompañarla a casa en coche. Sin pensarlo demasiado, Lucía asintió y se acurrucó en el asiento delantero de su Saab 900 turbo amarillo. Al llegar a casa se desencadenaron los hechos con una velocidad vertiginosa, casi sin que pudiera remediarlo. Habían subido las escaleras corriendo, dejando prendas por los pasillos y pensamientos lúgubres por las esquinas. Ella no se sintió cómoda, pero dejó que el individuo la sobara casi sin poder remediarlo. No estaba excitada, ni mucho menos, pero había algo que la empujaba a hacerlo. El semi-desconocido la lamió de arriba a abajo provocando en ella una sensación de grima que la paralizó. Se estiró encima de ella, sin que esta casi ni se moviera, y empezó a moverse espasmódicamente, penetrándola de la forma más desordenada mientras hundía la cara en el cojín. Lucía miraba fijamente el techo, imaginando la cara de aquél chico, que jamás habría actuado de esa forma tan brusca y sucia. Sin quererlo derramó un par de lagrimillas que rodaron por sus sienes y se perdieron por sus rizos medio deshechos. Le dolía haber llegado hasta ahí y cerró los ojos con fuerza para acelerar el poco tiempo que duró aquel acto casi barbárico, teniendo presente la imagen de su ángel, de sus manos, de sus ojos, de su forma de hablar...
El macho alpha acabó su performance enseguida, desplomándose así sobre la pobre chica que había sufrido ya el infierno y más. El tipo se apartó y cayó rendido en un sueño profundo. Lucía se quedó inmóvil observando la lámpara del techo con los ojos como platos. Parecía un gato en la oscuridad. Ahora se había dado cuenta de lo que esperaba de aquel presto encuentro; sabía qué esperaba de aquel maldito acto salvaje: Un simple abrazo. La imagen de su chico se desvaneció entre lágrimas y el sueño la venció.
Al día siguiente despertó. Estaba desnuda entre las sábanas de la habitación de invitados, y había amanecido sola. Miró la habitación y volvió a sentir el aplomo del silencio de la casa. Nada se había arreglado, seguía igual de sola, sólo que ahora se le sumaba otra mala experiencia que le atormentaba en silencio. Se levantó fatigada y hastiada y se dirigió al baño. Miró su cuerpo desnudo en el espejo y dejó salir un suspiro. Abrió el grifo, pasó las manos por el agua fresca y se las llevó a la cara. Apoyó los codos a la pica, apoyó la frente al espejoy levantó la vista para observar sus ojos verdes que parecían haber perdido la intensidad entre tanto beso malo y tanta confusión noctívaga. Miró de reojo la ducha y movió su cuerpo lasamente hasta esa. Abrió el gran grifo del agua caliente y la reguló comprobando la temperatura de esta con el brazo erguido. Cuando pensó que era suficiente se metió debajo del chorro. El agua le resbalaba por todo el cuerpo, pasando por su cabello y haciendo desaparecer los rizos, toda aquella apariencia de efervescencia, de vitalidad. Las imágenes se sucedían en su cabeza; cada pequeño detalle de la noche clavado en cada una de sus células. Sintió cómo el peso de las horas pasadas le caían encima, cómo la realidad se la comía. Se dejó caer sobre las baldosas de la ducha, arrastrando su cuerpo abajo de la pared fría y mojada del cuarto de baño, y ahí, mirando fijamente la pared y mientras dejaba que el agua se llevara tubería abajo la suciedad del oscuro crepúsculo, susurró para si misma "Nunca más, niña, nunca más...".

lunes, 23 de febrero de 2009

Un día cualquiera.

Cuando Hannah salió de casa aquella mañana le pareció como si hubiera pasado un siglo durmiendo. El día estaba despejado y el cielo lucía un sol que brillaba con intensidad. A pesar de las prisas se quedó disfrutando del frescor de la primavera y de los rayos de sol que le caían sobre la piel a chorros por unos instantes. Por fuerza tuvo que salir de su estado de meditación momentánea para enfundarse la chaqueta y el casco para no llegar tarde, otra vez. En realidad nadie la esperaba, pero tenía la extraña costumbre de acercarse al mar cada sábado de primavera para sentir el olor a sal y la brisa marina. No había tiempo que perder en el jardin de casa.
Al llegar al paseo marítimo apagó el motor y se quitó el casco. El pelo despeinado le caía sobre la frente y las mejillas de manera caótica. Se peino de un cabezazo en el aire y bajó de la moto. cogió el bolso y miró a su alrededor buscando un sitio en el que dejarse caer y poder estar en paz. No muy lejos se avistaba una pequeña parcela de arena sin remover, perfectamente colocada y dispuesta a ofrecer un pequeño rato de tranquilidad. Se acercó al terreno y al llegar al sitio sacó de su enorme bolso una toalla roja, que a su vez estiró sobre la arena. Sacó también el móbil, el tabaco y la botella de agua y los alineó, ordenándolos pausadamente. Al acabar su pequeño ritual se estiró sobre la toalla y se apoyó sobre sus codos para poder observar el vaivén de las olas. Le echó una mirada de reojo al paquete de tabaco y se encendió un cigarillo. No era una fumadora de verdad, sino más bien social, pero ahora se había acostumbrado a fumar en sus momentos de soledad merecida, aunque nunca fumaba más de dos. Aspiró por primera vez el humo y lo soltó con un suspiro de alivio. El alivio no era por calmar la abstinencia, sino por el desahogo que suponía observar tal maravilla y sentirse parte de aquel cuadro. Apoyó el mentón sobre los brazos cruzados y miró fijamente el horizonte. Se distinguía la silueta de un velero a lo lejos. Lo fijó con la mirada y jugó unos segundos a desplazarlo cerrando un ojo y abriéndolo. El sol repicaba en su espalda, pero el aire refrescaba el ambiente. Se quedó unos minutos dormitando al son del oleaje. Al despertar, el sol ya había pasado de su punto más álgido y empezaba a caer por el oeste. Hannah miró la hora y decidió que ya era hora de volver a casa, satisfecha de su momento de autocomplacencia. Recogió todas sus pertenencias y se fue hacia su moto. Sin duda había tan sólo una cosa que podía equipararse en paz y tranquilidad a los sábados de primavera en la playa: los trayectos en moto bajo la calidez del sol. Hannah no era una forofa del motorismo pero adoraba a su moto. Por una buena razón: encima de ella se sentía libre de cualquier atadura, de cualquier pena. Era como si en cada metro recorrido se cayeran las preocupaciones y sólo quedaran sonrisas. Como si al caer las lágrimas con el viento también se fueran todos los problemas. Subió encima de la moto, preparada para cabalgar a su caballo de cuentos que le daba porte de príncipe. Se miró las manos y se sintió incómoda. Los guantes no le gustaban, ni su tacto áspero ni el aspecto grotesco que le daban a sus manos de pianista. Se los quitó de un tirón y los embutió en el bolsillo de la chaqueta. Se pusó el casco y a través de la visera observó por última vez el mar, como si con sólo una mirada pudiera absorber toda esa calma, esa inmutabilidad. Arrancó la moto y puso rumbo a casa.
El aire era cálido, impropio de los días de primavera, pero ella disfrutaba con el tacto de la brisa contra sus manos. Su pelo largo y lacio le salía por debajo del casco y ondeaba con el viento. La cabellera se le dividía en mechones que parecían lazos dorados al sol, ondulando como anguilas en el agua.
Al entrar en el bosque pasó por delante del castillo blanco. Ese castillo de dimensiones reducidas era obra de un viejo anónimo que por excentricidades seniles había construído una especie de estructura medieval que rendía culto a la Virgen María. Algunos vecinos del pueblo parloteaban y chismorreaban sobre el anciano. Algunos decían que lo había construído en recuerdo a su esposa, otros que lo hizo para que su hija pudiera jugar, y que en vez de construirle una casa en el árbol le hizo un castillo a su princesita, pero que por mala fortuna la niña había muerto años atrás. Nadia sabía nada y todos hablaban, como siempre ha sido costumbres en los pueblos. Hannah sabía tan poco como ellos y en realidad sólo sabía de la existencia del abuelo por sus pequeñas apariciones, momentos en los que coincidían fugazmente cuando ella iba a la ciudad con la moto. A menudo lo divisaba rezando y dejando flores en el altar de la Virgen que se encontraba incrustado en una de las paredes de la ermita del pueblo. También sabía algo por lo que decía uno de los taxistas de la ciudad. El anciano contactaba con los taxistas para poder ir a la ciudad a hacer sus compras. Al parecer, según dijo el conductor, el viejo era un judío húngaro de nacimiento, y se había escapado de sus tierras durante la Segunda Guerra Mundial. Había vivido en el anonimato casi toda su vida, enclaustrado en los bosques de la Serralada Litoral, huyendo del nazismo y desde hacía ya tiempo vivía en esa especie de castillo de tres al cuarto, en unas condiciones muy cuestionables.
Ahora el castillo presentaba un aspecto desolador. Le explicaron a Hannah que mientras ella había ido a recorrer mundo el castillo había sufrido un incendio, y el anciano había muerto.
Hannah observó la escena del suceso. La única huella que el pobre difunto había dejado en la faz de la tierra estaba carbonizada. La pintura blanca del exterior presentaba manchones negros frutos del humo, los cristales estaban rotos y la estatuílla que en su día había enmarcado la puerta había quedado hecha cenizas. Ya llevaba tiempo así, pero el cordón policial no había sido roto y ahora todo parecía fantasmagórico. Hasta el bosque había adoptado un cierto carácter aterrador.
Retomó la marcha y atravesó el bosque con la moto hasta llegar a su casa. Se paró y sin bajarse de la moto suspiró un par de veces observando el gato que había venido a saludarla sutilmente. Bajó de la moto y lo agarró en brazos. "Que gordo te has puesto, Solomon." le susurró ella al oído, y le dejó caer un beso en la cabeza. Entró en la casa y dejó la chaqueta y el bolso en el sofá. Se dirigió a la cocina para servirse un vaso de agua. Mientras lo hacía miró a la ventana y observó embobada los últimos rayos de luza que traspasaban los ventanales. Ahí recaían los chorros de luz que se filtraban entre las hojas de los árboles. Se quedó perpleja ante tan sencilla sublimidad, porque la belleza nunca reside en la complejidad.

lunes, 2 de febrero de 2009

Hecatombe.

<<¿Puede un ser caótico cambiar? ¿Puede cambiar su naturaleza desastrosa? ¿Puede traicionarse a si mismo para convertirse en algo que no es?>>

Cuando era pequeña mi madre solía hacer lo que llamábamos "limpieza de primavera", sólo que siempre la acabábamos haciendo en cualquier otra estación, menos en primavera. Qué irónico. Ahora que ella no está, sigo haciendo lo mismo, sólo que esta vez me despojo de algo más que de simples materiales inútiles; siento como si se cayera una piel, como si la niñez se fuera envuelta en cartones y sellada con cinta adhesiva. Algo muy hondo se va, irremediablemente, y siento que en parte lo echaré de menos. No porque en algun momento fuera más fácil, no creo que lo haya sido, sino por la carga de inocencia que se alojaba en esos años.
Y ahora únicamente te quedan cartones vacíos dispuestos a ser llenados con cuatro cosas de tu pasado de las cuales no puedes separarte, y lo sabes. Las fotos, los libros, los apuntes de aquellos años... Tu vida en una caja de 50x50 cm.
A medida que vas sacando cosas, que las vas casando con un nuevo sitio, se va descubriendo un camino a través de los recuerdos, las eras. Creo que también es por eso que me gusta ordenar. Acabas entrando en un círculo interminable de recuerdos. Al fin y al cabo es como entrar en un gran álbum...
Al acabar das dos pasos hacia atrás y contemplas el nuevo orden, te dices en vano que esta vez será diferente, que las cosas van a quedarse así, que todo irá bien. Pero sabes que no será así. Sabes que a la primera de cambio te colapsarás, tu cabeza tomará un camino totalmente independiente de tus intenciones y volverás a la casilla 0, con todas las cosas de por medio, tu cubículo repleto de superficialidades...

Y por eso pegunto...
¿Puede un ser caótico cambiar? ¿Puede cambiar su naturaleza desastrosa? ¿Puede traicionarse a si mismo para convertirse en algo que no es?

viernes, 30 de enero de 2009

Hoy por ti, amor.


Hoy por ti y por mi; por nuestros egos, nuestra magia. Hoy por nuestras ganas de vivir, de llorar, de sentir que la vida es tan sólo un momento y que, ¡gracias a Dios!, lo pasamos en "familia". Hoy por las charlas que arreglan el mundo, y por las amistades perdidas y recuperadas en momentos críticos y de dolor. Hoy por nuestras historias, o más bien trayectorias paralelas, por tener esa sabiduría con la que nos ha bendecido el mundo, aun a sabiendas de que tan sólo nosotros somos responsables de nuestras vidas y de lo que ocurre en ellas, de nuestras penas y también de nuestras alegrías. Hoy va por los amigos, que tienen ese cargo de donantes de palmadas en la espalda y de oyentes de discursos ajenos. Por la gran relación de reciprocidad en todos los sentidos que tenemos tú y yo. Por tu belleza, tanto en tu interior como en tu apariencia. Por estos múltiples momentos de intercambios culturales, afectivos y también de lecciones.

Sé de sobras que toda esta información ya va implícita en nuestra relación, en nuestros gestos, en cada palabra que te brindo y me devuelves, y sobretodo en nuestros períodos de ausencias y silencios (tan importantes), pero soy así, y debes perdonar mis estúpidas muestras de afecto y agradecimiento. Pero sabes de buena tinta que no es fácil encontrar, en estos días ni en estos lugares, gente que te aporte algo verdaderamente importante. Y es por eso que aprecio lo nuestro, nuestra conexión tan verdaderamente asombrosa.

¿Quién me hubiera dicho que en ti encontraría tal muestra de humanidad, integridad, madurez...? En ti no busqué ni amistad, ni siquiera una conversación de ascensor y has conseguido sacar a la luz una admiración digna de ser relatada por el mismísimo Plauto. ¡Mireia! ¡Que por ti haría arder Troya mil y una vez! ¿Hasta qué punto puedes seguir impresionándome, sorprendiéndome de esa forma? Mireia, Mireia... ¿Hasta qué punto puedes seguir embriagando mi alma...? Aqui doy fe, una vez más, de nuestro amor incondicional, de nuestra relación perfecta. Hoy va por ti y por mi.

Gracias. Por todo.
Firmado: Tu reflejo en el espejo.

jueves, 29 de enero de 2009

La montaña y yo.

Siendo yo chica de ciudad de pura cepa, hay cuatro cosas del hecho de vivir en la montaña que pueden conmigo; la primera es el hecho de vivir lejos que cualquier atisbo de civilización que sea útil para vivir el día a día. No pido un centro comercial enmedio de la Serralada Litoral, pero que la panadería más cercana esté a 45 minutos a pie de mi casa, no es algo muy de agradecer. Cierto que puedo disfrutar de aire puro y de un bosque a menos de 30 metros de la puerta de mi casa, y también es cierto que ahora no tengo mucho de qué quejarme puesto que mi estimadísima Liberty me lleva a donde quiero, pero debo decir que en la primera parte de mi adolescencia encontré esta situación muy poco indulgente. Cuando vives de manera casi autónoma y dependes lo mínimo de los que te rodean, acabas por odiar todo aquello que te impide hacer tu vida de pseudo-adult(ill)o, y la distancia fue el peor de mis enemigos. Ahora de lo único que me puedo quejar es de mi pereza por conducir hasta la ciudad más cercana, y en ocasiones puntuales, de conducir con el frío invernal.
Otra cosa es vivir envuelta en bosques mediterráneos. Sin duda de día el aroma a pino y los senderos pueden resultar placenteros, pero cuando una servidora vuelve de noche (o en su defecto de madrugada) y tiene que atravesar la densidad de las tinieblas que parecen masificarse a tu alrededor, la cosa ya no es tan bonita... A menudo te asaltan pensamientos sobre zombies y seres de similar categoría que en cualquier momento podrían atacarte y arrastrarte a las profundidades de las sombras que inundan el sotobosque. Una ardilla cruza y te parece que ha sido una manada entera de jabalíes, y así se forma la relativa sucesión de animales de la Serralada. Nada es lo que parece. Además de eso está mi casa, que no es excesivamente antigua pero que desde que llegamos tiene tendencia a hacer ruiditos y a crujir de todas partes. Y tú allí, tan tranquila, cuando de pronto te sobresaltas por ruidos ajenos que no son más que los gemidos de tu paredes. Encantadora situación.
Otra cosa que realmente ODIO a mas no poder des del primer día en que pisé esta urbanización es el pavo real de mis vecinos. Mira que una es chica de mundo y a visto cosas raras... Pero, ¿quién, hoy día, tiene un jodido pavo real en su jardin trasero? Pues mi vecino, que es más chulo que un ocho y ha decidido que su objetivo en la vida sería hacer que la de sus vecinos sea un poco más molesta. El estúpido animal no tiene otra ocupación que aparearse (pobrecillo...) y cuando lo hace tiene la mala costumbre de graznar como poseso. Ese graznido sólo se puede comparar con el estrangulamiento de un gato o con el grito de la matanza del cerdo. Maravilloso para sus oídos, damas y caballeros. Lo peor no es que haga esa especie de gemido durante el día, porque ahí me la suda realmente el pavo real (valga la redundancia), pero cuando lo hace a las 3 de la madrugada, las maldiciones brotan de mi boca como las balas en un western. Algún día juro que me compraré una escopeta para poder cocinarlo para Acción de Gracias.
Y por último, pero no menos importante, ahí está la vecina-que-da-grima. La llamaremos cortesmente "sra. X". Cuando me mudé a esta urbanización en el 98 mis padres decidieron pasar de conocer a los vecinos. De hecho, creo que ni se les pasó por la cabeza. A medida que fueron pasando los años, gran parte de mi familia fue instalándose en la misma urbanización, y para mayor complacencia vinieron mis primas también. Se instalaron a un par de casas de la mía y pasábamos gran parte del tiempo juntas, jugando en un enorme casa y su aun más enorme terreno. Solíamos inventarnos juegos como "la cabañas" u otros por el estilo, pero cuando se nos acababan las ideas recurríamos a los juegos tradicionales de pelota. Entre nuestros habituales estaban el fútbol, el básquet y el tenis. Como éramos pequeñas, las pelotas se escapaban fácilmente, y entre el bosque y los terrenos colindantes, desaparecieron casi todas las bolas que poseíamos. Así nos enteramos de la vieja que vivía al lado. Se decía que era inglesa y que sólo estaba en la casa los fines de semana, y que por esa razón tenía sus tierras tan descuidado. ¡Y tan descuidadas! Si el jardin parecía una jungla delimitada por cipreses que le daban un toque fantasmagórico a su mansión encantada. Finalmente la vimos; una vieja decrépita que al vernos no dijo ni mu y siguió con sus quehaceres. Desapareció en las tinieblas de su castillo, o así lo creí al dejar de prestarle atención, demasiada ocupada de mis asuntos como para vigilar a una anciana. El hecho es que, antes de ayer, cuando volvía a casa y mientras dejaba a Liberty en el jardin, oí claramente un piano sonando des de su casa. Una melodía grave, espeluznante... Entré en mi casa con los pelos como escarpias, con la melodía siguiéndome a todas partes. Y por si no fuera bastante, la sra. X ha tenido la brillante idea de instalar unas luces verdes en su porche... Escalofriantemente aterrador.
Vivo en el país de las maravillas, baby.

martes, 27 de enero de 2009

Día de luto.


Hoy, Damas y Caballeros, establezco mi día de luto particular. He perdido de forma definitiva una de las cosas que más puede contar en la vida de una reportera de la vida/chica transoceánica: las fotografías. Pero antes que nada me siento en la obligación de explicar el origen de mi pseudónimo. Técnicamente lo adopté tras haber hecho el último viaje transoceánico con destino a Canadá y EEUU, por donde estuve vagando durante 2 meses de libertad incondicional y casi total independencia. Lógico. La otra razón fue por una canción de Jorge Drexler que me acompañó durante mi largo periplo por tierras americanas, llamada Transoceánico. La cuestión es que conseguí recopilar más de 400 fotografías de Montreal, Vancouver, Houston, Toronto y Nueva York; fotografías inéditas de un viaje irrepetible (y no porque no lo pueda volver a hacer, ¡si no que cada viaje tiene sus peculiaridades!), testimonios que ahora han quedado en una palabra maldita: FORMATEADO.

No sé por qué voluntad del señor mis benditas fotos han desaparecido, pero hacía tiempo que no sentía la rabia hincharme la vena del cuello (esa tan grande y asquerosa). Cuando me siento así suelo seguir 3 rituales que son: 1º insultar en chileno (una mala costumbre que me llevé de sudamérica), 2º cantar soul subida en mi Piaggio y 3º chillar en mi Piaggio. Pocas cosas me cabrean tanto como para hacer las tres cosas en un mismo día, pero perder algo que me es preciado encabeza la lista... El soporte visual es importante para mi, porque tengo menos memoria y capacidad de concentración que un hurón colgado de anfetaminas, y la verdad es que había algo grande en esas fotos. Las había hecho con todo el cuidado del mundo. Eran obras de arte, si mas no para mí... Supongo que estoy gafada. O será que algo estoy haciendo mal como para que me castiguen de tal modo. Lo más divertido es que no es lo primero que me ocurre: primero la cámara, luego las fotos... Además de todas las peripecias que viví por aquellos lugares; peripecias que contaré otro día, cuando se me acabe el luto y ya vuelva a ser una persona decente...

jueves, 15 de enero de 2009

El accidente.

Queridos amigos, amigas, desconocidos internautas...
Tenía pensado empezar este blog de chica transoceánica con un estudio antropológico especial, pero tras el suceso de hoy, no he podido resistirme a contaros... el accidente!
Todo ha empezado con un día muy normal. Mis días normales, desde que he empezado este año sabático, se sitúan al otro extremo del concepto de "normalidad" que tenía cuando era yo una estudiante... Pues bien, mi día normal ha empezado a las 10 de la mañana con un café con leche. Hasta aquí nada emocionante, ningún sobresalto, todo muy llano. He proseguido con mis tareas de escritora en paro, que me han absorbido hasta tal punto que he vuelto a llegar tarde a mi cita de las 14:00... Soy una impresentable. Pero en fin, más vale tarde que nunca. 1 hora de clase de código vial que te deja con la cara de por-Dios-que-alguien-me-saque-de-aqui, y salgo andando, con las orejas metidas entre los pliegues de mi bufanda gris de dos metros de largo. Desde que estoy en esta situación de parada tengo la extraña manía de hacer listas para tener la impresión que mis días no son completamente vacíos y sin propósito alguno. Así que saqué la lista de hoy en la que aparecía la gran misión del día: ir a recoger la entrada para el concierto de este sábado. Superemocionante. Camino hasta mi Piaggio Liberty de 50 cc, que hasta la fecha me ha dado más de un disgusto y muchas más alegrías, y saco mi teléfono. La dirección que había apuntado ahí la noche anterior me indicaba claramente una calle de Les Franqueses. Dilema. Mi sentido de la orientación debo quedarse en el vientre de mi madre al nacer yo, porque siempre me pierdo. Siempre. Pero bueno, las ganas pudieron conmigo y decidí adentrarem en la jungla urbana que me resultan los pueblos del Vallés. Subo en la moto y voy hasta donde me guía mi instinto. Camino equivocado... En fin, vuelvo hacia atrás y me doy cuenta de que estoy en la calle correcta, pero que no encuentro la calle transversal que busco. Sigo buscando, distraída de cualquier cosa que no sean rótulos con nombres de calle, hasta que en un momento dado levanto la vista y veo el semáforo en rojo, pero yo ya estoy debajo y una furgoneta se acerca hacia mi. La esquivo a duras penas, y aún así la toco y hago un derrape lateral digno de una película de acción. Desgraciadamente me caigo de lado, y doblemente desgraciada me doy cuenta que en la chaqueta llevo el bloqueador de disco de la moto en el bolsillo y que me lo he clavado en la pelvis. Me levanto del suelo de un bote, sin acabar de creerme lo que acaba de pasar, y lo primero que hago es revisar mis muñecas, las cuales estan intactas y eso me alivia. No es extraño que sea mi primer reflejo porque al parecer tengo las muñecas de porcelana y siempre resultan ser las cosas más afectadas. O debe ser que son mi objeto de gafe... Pero de eso ya os contaré otro día.
El caso es que ahora, con la retrospectiva que me ofrece el comfort de la ducha caliente y las zapatillas de estar por casa, me doy cuenta de cuan afortunada soy. Aún me pregunto quién fue el imbécil de tráfico que me dió el permiso de la moto, visto que soy la peor conductora del universo y del espacio exterior. Van 3 accidentes de los que salgo ilesa (o casi), y eso es una suerte que no todos tienen. Mi única cruz por ahora es un moratón en la pelvis, otro en el muslo y una herida superficial en la rodilla. Vamos, nada que no pueda arreglar un trozo de pastel de chocolate y un vaso de zumo.
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