jueves, 29 de enero de 2009

La montaña y yo.

Siendo yo chica de ciudad de pura cepa, hay cuatro cosas del hecho de vivir en la montaña que pueden conmigo; la primera es el hecho de vivir lejos que cualquier atisbo de civilización que sea útil para vivir el día a día. No pido un centro comercial enmedio de la Serralada Litoral, pero que la panadería más cercana esté a 45 minutos a pie de mi casa, no es algo muy de agradecer. Cierto que puedo disfrutar de aire puro y de un bosque a menos de 30 metros de la puerta de mi casa, y también es cierto que ahora no tengo mucho de qué quejarme puesto que mi estimadísima Liberty me lleva a donde quiero, pero debo decir que en la primera parte de mi adolescencia encontré esta situación muy poco indulgente. Cuando vives de manera casi autónoma y dependes lo mínimo de los que te rodean, acabas por odiar todo aquello que te impide hacer tu vida de pseudo-adult(ill)o, y la distancia fue el peor de mis enemigos. Ahora de lo único que me puedo quejar es de mi pereza por conducir hasta la ciudad más cercana, y en ocasiones puntuales, de conducir con el frío invernal.
Otra cosa es vivir envuelta en bosques mediterráneos. Sin duda de día el aroma a pino y los senderos pueden resultar placenteros, pero cuando una servidora vuelve de noche (o en su defecto de madrugada) y tiene que atravesar la densidad de las tinieblas que parecen masificarse a tu alrededor, la cosa ya no es tan bonita... A menudo te asaltan pensamientos sobre zombies y seres de similar categoría que en cualquier momento podrían atacarte y arrastrarte a las profundidades de las sombras que inundan el sotobosque. Una ardilla cruza y te parece que ha sido una manada entera de jabalíes, y así se forma la relativa sucesión de animales de la Serralada. Nada es lo que parece. Además de eso está mi casa, que no es excesivamente antigua pero que desde que llegamos tiene tendencia a hacer ruiditos y a crujir de todas partes. Y tú allí, tan tranquila, cuando de pronto te sobresaltas por ruidos ajenos que no son más que los gemidos de tu paredes. Encantadora situación.
Otra cosa que realmente ODIO a mas no poder des del primer día en que pisé esta urbanización es el pavo real de mis vecinos. Mira que una es chica de mundo y a visto cosas raras... Pero, ¿quién, hoy día, tiene un jodido pavo real en su jardin trasero? Pues mi vecino, que es más chulo que un ocho y ha decidido que su objetivo en la vida sería hacer que la de sus vecinos sea un poco más molesta. El estúpido animal no tiene otra ocupación que aparearse (pobrecillo...) y cuando lo hace tiene la mala costumbre de graznar como poseso. Ese graznido sólo se puede comparar con el estrangulamiento de un gato o con el grito de la matanza del cerdo. Maravilloso para sus oídos, damas y caballeros. Lo peor no es que haga esa especie de gemido durante el día, porque ahí me la suda realmente el pavo real (valga la redundancia), pero cuando lo hace a las 3 de la madrugada, las maldiciones brotan de mi boca como las balas en un western. Algún día juro que me compraré una escopeta para poder cocinarlo para Acción de Gracias.
Y por último, pero no menos importante, ahí está la vecina-que-da-grima. La llamaremos cortesmente "sra. X". Cuando me mudé a esta urbanización en el 98 mis padres decidieron pasar de conocer a los vecinos. De hecho, creo que ni se les pasó por la cabeza. A medida que fueron pasando los años, gran parte de mi familia fue instalándose en la misma urbanización, y para mayor complacencia vinieron mis primas también. Se instalaron a un par de casas de la mía y pasábamos gran parte del tiempo juntas, jugando en un enorme casa y su aun más enorme terreno. Solíamos inventarnos juegos como "la cabañas" u otros por el estilo, pero cuando se nos acababan las ideas recurríamos a los juegos tradicionales de pelota. Entre nuestros habituales estaban el fútbol, el básquet y el tenis. Como éramos pequeñas, las pelotas se escapaban fácilmente, y entre el bosque y los terrenos colindantes, desaparecieron casi todas las bolas que poseíamos. Así nos enteramos de la vieja que vivía al lado. Se decía que era inglesa y que sólo estaba en la casa los fines de semana, y que por esa razón tenía sus tierras tan descuidado. ¡Y tan descuidadas! Si el jardin parecía una jungla delimitada por cipreses que le daban un toque fantasmagórico a su mansión encantada. Finalmente la vimos; una vieja decrépita que al vernos no dijo ni mu y siguió con sus quehaceres. Desapareció en las tinieblas de su castillo, o así lo creí al dejar de prestarle atención, demasiada ocupada de mis asuntos como para vigilar a una anciana. El hecho es que, antes de ayer, cuando volvía a casa y mientras dejaba a Liberty en el jardin, oí claramente un piano sonando des de su casa. Una melodía grave, espeluznante... Entré en mi casa con los pelos como escarpias, con la melodía siguiéndome a todas partes. Y por si no fuera bastante, la sra. X ha tenido la brillante idea de instalar unas luces verdes en su porche... Escalofriantemente aterrador.
Vivo en el país de las maravillas, baby.

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