viernes, 30 de enero de 2009

Hoy por ti, amor.


Hoy por ti y por mi; por nuestros egos, nuestra magia. Hoy por nuestras ganas de vivir, de llorar, de sentir que la vida es tan sólo un momento y que, ¡gracias a Dios!, lo pasamos en "familia". Hoy por las charlas que arreglan el mundo, y por las amistades perdidas y recuperadas en momentos críticos y de dolor. Hoy por nuestras historias, o más bien trayectorias paralelas, por tener esa sabiduría con la que nos ha bendecido el mundo, aun a sabiendas de que tan sólo nosotros somos responsables de nuestras vidas y de lo que ocurre en ellas, de nuestras penas y también de nuestras alegrías. Hoy va por los amigos, que tienen ese cargo de donantes de palmadas en la espalda y de oyentes de discursos ajenos. Por la gran relación de reciprocidad en todos los sentidos que tenemos tú y yo. Por tu belleza, tanto en tu interior como en tu apariencia. Por estos múltiples momentos de intercambios culturales, afectivos y también de lecciones.

Sé de sobras que toda esta información ya va implícita en nuestra relación, en nuestros gestos, en cada palabra que te brindo y me devuelves, y sobretodo en nuestros períodos de ausencias y silencios (tan importantes), pero soy así, y debes perdonar mis estúpidas muestras de afecto y agradecimiento. Pero sabes de buena tinta que no es fácil encontrar, en estos días ni en estos lugares, gente que te aporte algo verdaderamente importante. Y es por eso que aprecio lo nuestro, nuestra conexión tan verdaderamente asombrosa.

¿Quién me hubiera dicho que en ti encontraría tal muestra de humanidad, integridad, madurez...? En ti no busqué ni amistad, ni siquiera una conversación de ascensor y has conseguido sacar a la luz una admiración digna de ser relatada por el mismísimo Plauto. ¡Mireia! ¡Que por ti haría arder Troya mil y una vez! ¿Hasta qué punto puedes seguir impresionándome, sorprendiéndome de esa forma? Mireia, Mireia... ¿Hasta qué punto puedes seguir embriagando mi alma...? Aqui doy fe, una vez más, de nuestro amor incondicional, de nuestra relación perfecta. Hoy va por ti y por mi.

Gracias. Por todo.
Firmado: Tu reflejo en el espejo.

jueves, 29 de enero de 2009

La montaña y yo.

Siendo yo chica de ciudad de pura cepa, hay cuatro cosas del hecho de vivir en la montaña que pueden conmigo; la primera es el hecho de vivir lejos que cualquier atisbo de civilización que sea útil para vivir el día a día. No pido un centro comercial enmedio de la Serralada Litoral, pero que la panadería más cercana esté a 45 minutos a pie de mi casa, no es algo muy de agradecer. Cierto que puedo disfrutar de aire puro y de un bosque a menos de 30 metros de la puerta de mi casa, y también es cierto que ahora no tengo mucho de qué quejarme puesto que mi estimadísima Liberty me lleva a donde quiero, pero debo decir que en la primera parte de mi adolescencia encontré esta situación muy poco indulgente. Cuando vives de manera casi autónoma y dependes lo mínimo de los que te rodean, acabas por odiar todo aquello que te impide hacer tu vida de pseudo-adult(ill)o, y la distancia fue el peor de mis enemigos. Ahora de lo único que me puedo quejar es de mi pereza por conducir hasta la ciudad más cercana, y en ocasiones puntuales, de conducir con el frío invernal.
Otra cosa es vivir envuelta en bosques mediterráneos. Sin duda de día el aroma a pino y los senderos pueden resultar placenteros, pero cuando una servidora vuelve de noche (o en su defecto de madrugada) y tiene que atravesar la densidad de las tinieblas que parecen masificarse a tu alrededor, la cosa ya no es tan bonita... A menudo te asaltan pensamientos sobre zombies y seres de similar categoría que en cualquier momento podrían atacarte y arrastrarte a las profundidades de las sombras que inundan el sotobosque. Una ardilla cruza y te parece que ha sido una manada entera de jabalíes, y así se forma la relativa sucesión de animales de la Serralada. Nada es lo que parece. Además de eso está mi casa, que no es excesivamente antigua pero que desde que llegamos tiene tendencia a hacer ruiditos y a crujir de todas partes. Y tú allí, tan tranquila, cuando de pronto te sobresaltas por ruidos ajenos que no son más que los gemidos de tu paredes. Encantadora situación.
Otra cosa que realmente ODIO a mas no poder des del primer día en que pisé esta urbanización es el pavo real de mis vecinos. Mira que una es chica de mundo y a visto cosas raras... Pero, ¿quién, hoy día, tiene un jodido pavo real en su jardin trasero? Pues mi vecino, que es más chulo que un ocho y ha decidido que su objetivo en la vida sería hacer que la de sus vecinos sea un poco más molesta. El estúpido animal no tiene otra ocupación que aparearse (pobrecillo...) y cuando lo hace tiene la mala costumbre de graznar como poseso. Ese graznido sólo se puede comparar con el estrangulamiento de un gato o con el grito de la matanza del cerdo. Maravilloso para sus oídos, damas y caballeros. Lo peor no es que haga esa especie de gemido durante el día, porque ahí me la suda realmente el pavo real (valga la redundancia), pero cuando lo hace a las 3 de la madrugada, las maldiciones brotan de mi boca como las balas en un western. Algún día juro que me compraré una escopeta para poder cocinarlo para Acción de Gracias.
Y por último, pero no menos importante, ahí está la vecina-que-da-grima. La llamaremos cortesmente "sra. X". Cuando me mudé a esta urbanización en el 98 mis padres decidieron pasar de conocer a los vecinos. De hecho, creo que ni se les pasó por la cabeza. A medida que fueron pasando los años, gran parte de mi familia fue instalándose en la misma urbanización, y para mayor complacencia vinieron mis primas también. Se instalaron a un par de casas de la mía y pasábamos gran parte del tiempo juntas, jugando en un enorme casa y su aun más enorme terreno. Solíamos inventarnos juegos como "la cabañas" u otros por el estilo, pero cuando se nos acababan las ideas recurríamos a los juegos tradicionales de pelota. Entre nuestros habituales estaban el fútbol, el básquet y el tenis. Como éramos pequeñas, las pelotas se escapaban fácilmente, y entre el bosque y los terrenos colindantes, desaparecieron casi todas las bolas que poseíamos. Así nos enteramos de la vieja que vivía al lado. Se decía que era inglesa y que sólo estaba en la casa los fines de semana, y que por esa razón tenía sus tierras tan descuidado. ¡Y tan descuidadas! Si el jardin parecía una jungla delimitada por cipreses que le daban un toque fantasmagórico a su mansión encantada. Finalmente la vimos; una vieja decrépita que al vernos no dijo ni mu y siguió con sus quehaceres. Desapareció en las tinieblas de su castillo, o así lo creí al dejar de prestarle atención, demasiada ocupada de mis asuntos como para vigilar a una anciana. El hecho es que, antes de ayer, cuando volvía a casa y mientras dejaba a Liberty en el jardin, oí claramente un piano sonando des de su casa. Una melodía grave, espeluznante... Entré en mi casa con los pelos como escarpias, con la melodía siguiéndome a todas partes. Y por si no fuera bastante, la sra. X ha tenido la brillante idea de instalar unas luces verdes en su porche... Escalofriantemente aterrador.
Vivo en el país de las maravillas, baby.

martes, 27 de enero de 2009

Día de luto.


Hoy, Damas y Caballeros, establezco mi día de luto particular. He perdido de forma definitiva una de las cosas que más puede contar en la vida de una reportera de la vida/chica transoceánica: las fotografías. Pero antes que nada me siento en la obligación de explicar el origen de mi pseudónimo. Técnicamente lo adopté tras haber hecho el último viaje transoceánico con destino a Canadá y EEUU, por donde estuve vagando durante 2 meses de libertad incondicional y casi total independencia. Lógico. La otra razón fue por una canción de Jorge Drexler que me acompañó durante mi largo periplo por tierras americanas, llamada Transoceánico. La cuestión es que conseguí recopilar más de 400 fotografías de Montreal, Vancouver, Houston, Toronto y Nueva York; fotografías inéditas de un viaje irrepetible (y no porque no lo pueda volver a hacer, ¡si no que cada viaje tiene sus peculiaridades!), testimonios que ahora han quedado en una palabra maldita: FORMATEADO.

No sé por qué voluntad del señor mis benditas fotos han desaparecido, pero hacía tiempo que no sentía la rabia hincharme la vena del cuello (esa tan grande y asquerosa). Cuando me siento así suelo seguir 3 rituales que son: 1º insultar en chileno (una mala costumbre que me llevé de sudamérica), 2º cantar soul subida en mi Piaggio y 3º chillar en mi Piaggio. Pocas cosas me cabrean tanto como para hacer las tres cosas en un mismo día, pero perder algo que me es preciado encabeza la lista... El soporte visual es importante para mi, porque tengo menos memoria y capacidad de concentración que un hurón colgado de anfetaminas, y la verdad es que había algo grande en esas fotos. Las había hecho con todo el cuidado del mundo. Eran obras de arte, si mas no para mí... Supongo que estoy gafada. O será que algo estoy haciendo mal como para que me castiguen de tal modo. Lo más divertido es que no es lo primero que me ocurre: primero la cámara, luego las fotos... Además de todas las peripecias que viví por aquellos lugares; peripecias que contaré otro día, cuando se me acabe el luto y ya vuelva a ser una persona decente...

jueves, 15 de enero de 2009

El accidente.

Queridos amigos, amigas, desconocidos internautas...
Tenía pensado empezar este blog de chica transoceánica con un estudio antropológico especial, pero tras el suceso de hoy, no he podido resistirme a contaros... el accidente!
Todo ha empezado con un día muy normal. Mis días normales, desde que he empezado este año sabático, se sitúan al otro extremo del concepto de "normalidad" que tenía cuando era yo una estudiante... Pues bien, mi día normal ha empezado a las 10 de la mañana con un café con leche. Hasta aquí nada emocionante, ningún sobresalto, todo muy llano. He proseguido con mis tareas de escritora en paro, que me han absorbido hasta tal punto que he vuelto a llegar tarde a mi cita de las 14:00... Soy una impresentable. Pero en fin, más vale tarde que nunca. 1 hora de clase de código vial que te deja con la cara de por-Dios-que-alguien-me-saque-de-aqui, y salgo andando, con las orejas metidas entre los pliegues de mi bufanda gris de dos metros de largo. Desde que estoy en esta situación de parada tengo la extraña manía de hacer listas para tener la impresión que mis días no son completamente vacíos y sin propósito alguno. Así que saqué la lista de hoy en la que aparecía la gran misión del día: ir a recoger la entrada para el concierto de este sábado. Superemocionante. Camino hasta mi Piaggio Liberty de 50 cc, que hasta la fecha me ha dado más de un disgusto y muchas más alegrías, y saco mi teléfono. La dirección que había apuntado ahí la noche anterior me indicaba claramente una calle de Les Franqueses. Dilema. Mi sentido de la orientación debo quedarse en el vientre de mi madre al nacer yo, porque siempre me pierdo. Siempre. Pero bueno, las ganas pudieron conmigo y decidí adentrarem en la jungla urbana que me resultan los pueblos del Vallés. Subo en la moto y voy hasta donde me guía mi instinto. Camino equivocado... En fin, vuelvo hacia atrás y me doy cuenta de que estoy en la calle correcta, pero que no encuentro la calle transversal que busco. Sigo buscando, distraída de cualquier cosa que no sean rótulos con nombres de calle, hasta que en un momento dado levanto la vista y veo el semáforo en rojo, pero yo ya estoy debajo y una furgoneta se acerca hacia mi. La esquivo a duras penas, y aún así la toco y hago un derrape lateral digno de una película de acción. Desgraciadamente me caigo de lado, y doblemente desgraciada me doy cuenta que en la chaqueta llevo el bloqueador de disco de la moto en el bolsillo y que me lo he clavado en la pelvis. Me levanto del suelo de un bote, sin acabar de creerme lo que acaba de pasar, y lo primero que hago es revisar mis muñecas, las cuales estan intactas y eso me alivia. No es extraño que sea mi primer reflejo porque al parecer tengo las muñecas de porcelana y siempre resultan ser las cosas más afectadas. O debe ser que son mi objeto de gafe... Pero de eso ya os contaré otro día.
El caso es que ahora, con la retrospectiva que me ofrece el comfort de la ducha caliente y las zapatillas de estar por casa, me doy cuenta de cuan afortunada soy. Aún me pregunto quién fue el imbécil de tráfico que me dió el permiso de la moto, visto que soy la peor conductora del universo y del espacio exterior. Van 3 accidentes de los que salgo ilesa (o casi), y eso es una suerte que no todos tienen. Mi única cruz por ahora es un moratón en la pelvis, otro en el muslo y una herida superficial en la rodilla. Vamos, nada que no pueda arreglar un trozo de pastel de chocolate y un vaso de zumo.
:3