martes, 4 de septiembre de 2012

dolor.

Me fascina el término del "corazón roto". Intento recordar qué fue lo que sentí en la última ocasión, pues aunque yo tenga memoria de pez, el cuerpo recuerda. Cada fibra, cada membrana, cada célula de mi ser (y de todos) rememora des de lo más primitivo, como caminar o hablar, hasta el movimiento más nimio, y des de luego, la rotura del corazón. Así pues, hago memoria. Intento mimetizar con todos mis miembros el gesto, siendo fiel al orden del desastre. Primero, la falta de aire, siguiéndole la quasi fatal punzada cardíaca. Después, la subida frenética del ritmo respiratorio. La mano se levanta, se posa en el pecho, impidiendo así el diluvio de emociones. O al menos, tratando. Las costillas temblando, el esternón convulsionando, las lágrimas brotando y la mueca evidente.
Toda la cara vuelta en tensión, comprometida a siempre en agrias arrugas de desconcierto. E incluso ahora, tan lejos y tan cerca, la memoria funciona. El cuerpo recuerda. El cuerpo nunca olvida.
Es nuestra perdición, que nos hará vivir por los siglos de los siglos. Amor.

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