martes, 4 de septiembre de 2012

Esto es lo que pasa una vez vuelves a escribir. Mil cosas por la cabeza, mil pensamientos que crees brillantes, un millón de cosas que deberías absolutamente compartir con el mundo, y cero ganas de ponerte a enumerarlas, y mucho menos disertarlas. Pero hoy, al leer un diario de un octogenario bastante interesante me he submergido en los trasfondos de mi (precaria) memoria. Sin quererlo ni beberlo, y mientras yacía bajo el sol del mediodía catalán, los momentos más embarazosos y cruelmente bochornosos de mi vida han decidido desfilar frente a mis ojos. Uno por uno. Lo que no pensaba llegar a sentir son remordimientos. Remordimientos: una palabra que no importa en qué idioma la enuncies, sigue oliendo a putrefacción de las entrañas.
Parece que es un buen momento para la auto-flagelación y el mea culpa máximo. O no. Creo que paso.